Dos alas rojas como el fuego surcaban su espalda, agarradas por un pequeño cepo de acero con forma de serpiente enroscada sobre si misma para que no se le notaran con la túnica. Ralest quitó ese cepo con un ligero movimiento de mano, haciendo que este cayera al suelo con un estrepitoso ruido metálico. Acto seguido, sus alas se estiraron, dejando ver así su esplendor. Cada una debía medir como dos metros de largo, recorridas por finas venas en sus membranas. Aüril retrocedió un par de pasos para que las alas no le dieran de lleno en el rostro.
Ralest dio media vuelta e irguió sus alas, orgulloso.
-¿Es esto bastante prueba?-Dijo, enarcando una ceja.-
-Y tanto. ¡Creí que los hijos de los dragones no existían, dicen que se extinguieron en la primera era!-La expresión de Aüril era de total asombro, como si estuviera viendo un fantasma.-
-También los Môrtac's se extinguieron hace milenios y han vuelto, ¿No?
-Aún así, es muy raro ver a un Gria, y encima, un macho... O hombre... ¡O lo que seas!-Hizo aspavientos con las manos, intentando volver a la realidad.-
-¿Y tú que eres? -Replicó Ralest, curioso.- Tampoco pareces alguien muy normal.
-Mi raza prefiero mantenerla en secreto por el momento. -La chica parecía haber recobrado el sentido, y ahora se dirigía hacia la puerta.-
Ralest la siguió de cerca, con sus alas ya plegadas a su espalda.
-Un Gria... -Susurró, llena de emoción.-Ralest, no te acostumbres a escuchar estas palabras de mi, pero.. Me alegro jodidamente de haberte encontrado esta noche.
-Lo mismo digo.. -El chico sonrió sin poder evitarlo, ya que se acordó de un mero detalle que había pasado por alto.- Princesa Aüril.
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