Ralest se revolvió en el sofá al oir estas palabras, estrechando sus ojos. Parecía inquieto y muerto de curiosidad, pero para nada molesto.
-¿Quieres decir que eres una de las mías? Es decir, no pareces tener nuestras características, eres más bien... Bajita. Sin ánimo de ofender, claro.-El chico se mordió el labio cuando dijo estas palabras, con miedo a que le hubieran afectado.-
-Tranquilo, tu raza tampoco es que sea la más perfecta del mundo, bonito. Y encima eres de los pocos que quedan. En serio, no sabes cuántos problemas me has causado.-La chica se llevó las manos a la cara, algo cansada.-
-¿Y como dices que te llamas? Vuelvo a insistir en que no se nada de ti y tu sabes bastante de mi. Creo que tengo derecho a saber, al menos, tu nombre.
-Me llamo Aüril, chico. -Arrugó la nariz en un gesto divertido al decir estas palabras.-
-¿Aüril? Nunca había escuchado un nombre similar.
-Bueno, al grano.. -Aüril hizo algunos aspavientos con la mano, como aclarando sus ideas.- El reino mágico, nuestro reino, está en grave peligro. Los Môrtac's han vuelto.
Los ojos de Ralest se abrieron de par en par, como si acabara de recibir la peor noticia del mundo.
-¡¿Qué?! ¡¿No estaban exterminados desde hace milenios?! -Se revolvió en el sillón, inquieto. Si ellos habian vuelto, sin duda, era una mala señal.-
-Salieron de no se donde hace un par de siglos y atacaron el reino de los Phalasian, y desde entonces han intentado expandirse, pero la rápida acción de la orden mágica los está reteniendo. El problema es que no resistirán mucho más. -La joven suspiró y rodó los ojos, esta vez en acto de preocupación.- Me mandaron a mi y a unos cuantos desde la caida de los Phalasian a reclutar a los exiliados, antiguos miembros de la Raënestis Fonculus... Y tu, Ralest, si los libros de historia no se equivocan, fuiste uno de los más grandes. -La chica se estiró a lo largo, extendiendo sus piernas por el suelo, levantando un poco de polvo.- Pero antes debo asegurarme de que eres quien dices ser. Por favor, quitate la túnica.
Ralest asintió levemente y se levantó, se puso de espaldas y poco a poco fue quitándose la túnica. En efecto, su espalda no era la de un humano normal.
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